jueves, 7 de junio de 2012

Discoteca rodante



Me ha pasado que subo a un bus de transporte público y apenas puedo escuchar el eco de mis pensamientos, aturdido hasta las nauseas por el estampido de chillidos e insipidez melódica de alguna cumbia improvisada o "reggaeton". Si el bus está repleto, abrirme camino por el corredor resulta insufrible, pues mi voz, entonando un "discúlpeme" o "permiso", se confunde con los gallos del intérprete de turno, que enerva y desencadena bufidos de exasperación en el ambiente. En más de una ocasión un pasajero atiende una llamada y clama, indignado, que moderen el volumen de la radio, pues hablar en esa atmósfera es como caminar bajo el agua. Si viajo acompañado, me resigno a la instintiva lectura de labios, pues intercalar una conversación es aún más desesperante cuando la canción retumba en el cerebro, como si el parlante estuviese alojado en la entrada de la oreja.

Me ha pasado que subo a un bus de transporte público y un pasajero, ceñido entre la soberbia y la ignorancia, escucha a todo volumen su repertorio de canciones descargadas al celular. No parece importarle si al resto de viajantes le apetece degustar ese género musical, no tiene la prudencia de aglutinar su escándalo en un par de audífonos y enterrarlo en sus oídos, es inmune a cualquier ademán de incomodidad que ensayen sus compañeros de pasillo o asiento. Su afán de captar la atención es tan enfermizo, que suele ubicarse en puntos estratégicos del bus para aprovechar la acústica e imponer su afición musical a lo largo del vehículo. Cuando uno de estos melómanos con sintomatología sociópata nos acompaña de viaje, toda actividad de lectura o reflexión termina por sacarnos canas verdes.

En Lima se perdió la tradición de "viajar", por la de "llegar" al destino. No interesa el proceso de viaje hacia el destino, el verdadero significado de subir a un bus es cubrir un itinerario y dejar atrás el recuerdo de haber pisado alguna vez dicho transporte. Diametralmente opuesto a lo que sucede con la oferta del transporte interprovincial y aéreo. Las empresas de transporte interprovincial compiten por entregar asientos-cama, mejor ventilación, películas amenas e inclusive desayuno, almuerzo y cena, cual si se tratase de un hotel sobre ruedas. Por su lado, las aerolíneas no solo se muestran rigurosas en la selección de aeromozas, que prometen redondear nuestro vuelo con una sonrisa Colgate, sino que valoran a sus pasajeros y les proporcionan el mejor trato posible, que incluye reprogramación de vuelos y alojamiento en casos de retraso.

Vamos a ver qué asientos nos deparan al subir al transporte público. Y ni qué decir de los retrasos, que son mayores cuanto menos público vaya en el bus.

Pese a la creciente demanda, las empresas de transporte público no se esmeran por optimizar el servicio, pues entienden que la población viajará por igual en la caja de una camioneta abarrotada de chanchos como en un bus con la música a todo volumen. El eslogan de Cruz del Sur podría deshacer en carcajadas a un conductor de transporte público: ¿el placer de viajar en bus?.
Sin embargo, algo se está avanzando en esa dirección.

PROHIBIRÁN USO DE RADIOS EN UNIDADES DE TRANSPORTE PÚBLICO:
http://www.larepublica.pe/07-06-2012/prohibiran-uso-de-radios-en-unidades-de-transporte-publico
          
En efecto, no más cumbia taladrando los oídos ni "perreo" aporreando el cerebro. El conductor y cobrador tendrán que reprimir su pasión musical durante sus horas de trabajo. Tanto mejor, pues en ocasiones la radio encendida no pasa de ser una provocación al pasajero, dado que el volumen en cotas ensordecedoras carece de sentido.

¿Por qué encender la radio, sin detenerse a pensar en la comodidad del pasajero? ¿Por qué escuchar música sin audífonos, a sabiendas de que podría fastidiar al resto? Estos comportamientos delatan una actitud egoísta por parte del limeño, al que le vale naranjas perturbar a los demás. Lo que le interesa es su propio confort, sentirse bien mientras trabaja (caso del conductor) o durante el viaje (caso del pasajero), y al demonio cómo se sienta el resto.

El egoísmo es una característica muy arraigada en cierto sector de la población. Esa corrosiva indiferencia respecto al bienestar ajeno. Nuestra Marca Perú es un país con un alto índice de egoísmo e irreverencia. Un país que no tiene una comunidad ensamblada, sino muchos individuos que patean la pelota por su lado.